Álvaro Enciende otro cigarro, ese que sabe a costumbre, y así
poco a poco se consume, mientras pinta un mundo gris como los restos que deja
en el cenicero, igual que sus colillas,
pinta oscuro porque no sabe atrapar el presente, piensa que el pasado
fue mejor, su infancia en el campo, las mieses , el pan, la fruta recién
cogida, sus juegos. Pero ahora ya no encuentra motivo para reír, lo único que le distrae son sus pinceles
cenicientos, solo ve una cueva en penumbra .
Sin embargo tiene éxito. Sus cuadros se venden y están en
todas las galerías recordándoles a los que los admiran la brevedad de lo bueno,
y aparece en cada una de las televisiones y en los titulares de los periódicos.
Las noticias absurdas
y catastróficas le confirman su idea de que nada bonito va a suceder, ¡no hay
esperanza! Gracias a ello gana mucho dinero con sus imágenes oscuras y
retorcidas.
Por su cama pasan galeristas, fans en su almohada,
periodistas entre sus sábanas, , morenas entre sus manos, rubias de pelo largo
en su colchón, pero ninguna permanece una noche entera, ninguna desayuna con
él, con la excusa de que necesita tiempo para su arte. Las consume como a sus
cigarros una detrás de otra, ninguna es perfecta, ninguna le satisface del
todo. Hasta que un día deja embarazada a una de ellas, que se niega , pese a
que Álvaro se lo pide, se lo suplica, a abortar.
Y cundo el niño nace , va a verlo, empieza a sentir un cosquilleo de curiosidad
por esas manitas que se agarran al pecho como si no hubiera un mañana y ese
brillo en los ojos negros, parecidos a los suyos, mas tarde afecto por sus
primeras palabras mal pronunciadas. Y en ese sentimiento surge el color, le
enseña sus juegos, a pintar, al balón, al pañuelo, al escondite y revive su infancia.
Cuando el niño crece y empieza a mezclar tonalidades, pinta
en rojo y en verde en azul , blanco … Al principio lo mira escéptico y le dice
que cuando evolucione se le acabará el color, pero el niño persiste y poco a
poco los pinceles de Álvaro se contagian de los matices de su hijo, primero una
pincelada distraída, después un objeto, una esquina hasta que el color apenas
deja espacio a la oscuridad. Álvaro encuentra con quien compartir sus
emociones, alguien a quien enseñar sus pinceladas y por quien preocuparse. Y
llega a otro publico el que busca sonrisas y ve en él el epitome del cambio, de
que las cosas pueden ser mejores y hay esperanza, que se puede renacer de la
adversidad y lanzarse al color, a la vida.
Hasta que Alvarito crece y entonces enciende otro cigarro
mas, ese que sabe a costumbre, y así poco a poco se consume, mientras pinta un
mundo gris ceniza como los restos que deja en el cenicero, igual que sus
colillas, pinta oscuro porque no sabe
atrapar el presente, piensa que el pasado fue mejor, su infancia …